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JOSÉ MANUEL HIDALGO

aquella cabecita hervían los recuerdos de París de un modo que tenía que estallar.

Al cabo de ese tiempo empezó á lanzar indirectas que iban alarmando á la madre á medida que las repetía, hasta que vino la vez de que se encontró con la resolución necesaria para intentar convencerla de que á todos convenía establecerse en París.

Jamás habría creído la madre que llegara la ocasión de contrariar á su hija; la voluntad de ésta eran los deseos de la otra; la obediencia de la madre á la hija era ciega, absoluta, y se habría considerado la más desgraciada y aún la más culpable de las madres si fuese causa de un minuto de descontento de Yolande. Pero tuvo valor de decir esta vez, siquiera tímidamente:

— ¿Y tu padre?...

— Pero, mamá mía, no viviremos siempre en París; conservaremos aquí la casa y vendremos cada año una buena temporada, llevando otra vez nuestra vida de costumbre. Y no me diga usted que papá se oponía á que nos estableciésemos allí; lo que dijo fué que eso no sucedería mientras él viviera, porque no le gustaba aquella vida, pero no que no fuésemos nosotros si así nos agradaba y convenía.