Un momento después dormía con letargo intranquilo. Se agitaba en el lecho, pronunciaba palabras, se oprimía con la mano el corazón, lanzando lastimeros quejidos. Soledad le contemplaba en silencio, sin pestañear, casi sin respirar, atenta á las vibraciones dolorosas de aquella triste vida que se extinguía por grados. Decir lo que pensó en aquellos breves instantes, cuántas ideas cruzaron por su inflamado cerebro como relámpagos tempestuosos; de<3Ír qué sentimientos Je agitaron y qué palabras salían de su pecho y espiraban en sus labios 8Ín modularse, fuera imposible.
La solícita Doña Rosa la sacó de aquel estado.
— Es preciso tomar una determinación, nifiita mía—le dijo.—Yo he visto muchos enfermos. ¿Qué le pasa á usted que parece de mármol? Muévase, determine algo. Conviene traer algunas medicinas. Mire usted, yo llamaría á un médico.
Soledad vió en toda su gravedad lo real de aquella situación. Dió algunos pasos de lasala á la cocina y de la cocina á la alcoba. Registró todo, y no encontró un solo ochavo. Después se detuvo de nuevo, sumergiendo su espíritu en honda meditación.
— Yo voy á salir,—dijo de súbito á la anciana.
— Gracias á Dios que toma usted una determinación. Yo cuidaré al señor mientras usted vuelve.
— Voy á salir,—repitió la joven con aplomo. Púsose el manto y se acercó al enfermo