contemplándole con atención profunda. Gil s& movía con inquietud, se quejaba, pronunciaba como antes palabras confusas. Al ver la religiosa y profunda atención con que Soledad le miraba, creeríase que el espíritu del padre y el de la hija se comunicaban en regiones lejanas, desconocidas, allá donde las almas amigas se abrazan, rotos ó aflojados los lazos de la vida.
D. Urbano, en su delirio, pronunció tres clarísimas palabras en tono de contestación. Al oirías, Soledad se estremeció toda, y en el fondo de su alma resonaron con eco terrible las tres palabras.
Gil de la Cuadra había dicho:
— Sedujo á mi esposa,
Soledad, pasándose la mano por la frente, dió algunos pasos. Detúvose, clavando la vista en el suelo. Luchaba interiormente; pero al fin ganó la batalla, y dijo con resolución:
—No importa... Voy.
XVIII
Eran las dos. La noche era serena y tibia, y en el cielo obscuro comenzaban á palidecer, temblando, las estrellas. Sólita envolvióse bien en su pañuelo, y sin asomos de miedo, porque la apurada situación suya no lo permitía, bajó hacia la plazuela de Navalón. Poco tiempo empleó en llegar á una calle cercana, donde