B. VÉREZ GA. LDÓS
los informes que recibiera del sereno la obligaron á retroceder.
— jDios mío—decía para sí,—haz que encuentre pronto ese batallón Sagrado!
Por el Postigo de S: m Martín subió en busca de las calles de Tu Jescos y la Luna, andando á prisa, sin reparar en los pocos transeúntes que á tal hora hallaba en su camino, hasta que oyó un rumor lejano, murmullo de gente y pasos, que en el silencio de la noche resonaban de un modo singular en las angostas calles. Entonces sintió miedo y se detuvo á escuchar. Por la calle de la Luna pasaba una cosa que no podían precisar bien los agitados sentidos de S¿la: un animal muy grande, con muchas patas, pero sin voz, porque no se oía más que la trepidación del suelo. Acercóse más, y vió pasar de largo por la bocacalle multitud de figuras negras; sobre aquella obscura masa brillaban agudas puntas en cantidad enorme.
— j Ahí— dijo Sola para sí, reconociendo lo injustificado de su miedo.—Es un ejército... ¿Si será el batallón Sagrado?
Apresuró el paso; pero no había dado seis, cuando se oyó un tiro, después dos, tres... Sólita se quedó fría, yerta, sin movimiento. Aumentado el estrépito por su imaginación, parecíale que Madrid había volado.
— [Tiros!... ¡Una batalla!
Varios individuos corrieron á su lado por la calle de Tudescos abajo, gritando:
— ¡Los guardias, los guardias!... ¡Que degüellan!
Soledad corrió también, por instinto. Los