tiendo nada. ¿Con que dice usted que en la Plaza Mayor?
— Mismamente... |Los guardias vienenl
— ¿Por dónde cree usted que debo ir?— preguntó Sola, advirtiendo que la gente corría en todas direcciones y que se oían los tiros más cerca.
— Por ninguna...—repuso el hombre me . tiéndose en su casa y cerrando sin dilación.
Soledad no se desanimó, y por la calle de la Justa trató de emprender su camino; pero al poco tiempo vió que la de Tudescos estaba intransitable. Pasaban por ella varias columna» de guardias, que al verse sorprendidos en la calle de la Luna, buscaban la de Jacometrezo y Postigo de San Martín para dirigirse al centro de la villa.
Aguardó á que pasaran, y luego, prefiriendo dar un rodeo á perder tiempo esperando, marchó á tomar la calle de la Montera por la del Desengaño.
— Por allí no habrá nadie— pensó.—Bajaré á la Puerta del Sol, y en un periquete estaré en la Plaza Mayor... Virgen de los Remedios, favoréceme.
En efecto: la infeliz muchacha llegó por fin á la Puerta del Sol, donde había empezado á. reunirse bastante gente. Tropa y milicianos formaban delante de la casa de Correos; pasado un instante, la tropa entraba en aquel edificio y los milicianos subían por la calle de Carretas.
— ¿Es cierto que el batallón Sagrado está en la Plaza Mayor? —preguntó Sólita á un mi-