B. PÉREZ G ALDOS
matarla con la espada), supo que venían los> esclavos, tomó sus disposiciones en la Plaza Mayor, donde estaba con los milicianos. Ei oficial de artillería que mandaba las pieza» dormía en la Panadería, y avisado del peligro, saltó por un balcón para llegar más pronto á. su puesto. Felizmente, todos estaban preparados, y no hubo más confusión que la propia, de tales casos. Los milicianos, á causa del entusiasmo que les poseía, no perdieron la serenidad en aquella mañana; y si alguno temblaba dentro de su uniforme, como parece* creíble, esto no pasó de la esfera individual, y la Institución se sostuvo firme y tranquila. Por primera vez en su vida, aquello que parecía destinado á ser pequeño, empezaba á ser grande. Hombres de costumbres pacíficas y sin ideal guerrero de ninguna clase, iban á familiarizarse con el heroísmo. Estos milagros los hace la fe del deber, la religión de las creencias políticas cuando tienen pureza, honradez y profundas raíces en el corazón.
Por la "calle Miyor adelante avanzó la columna de guardias, tan orgullosa como si fuese á una parada, al son de sus ruidosos tambores, y dando vivas al Rey absoluto. Era costumbre entre los guardias llamar á los milicianos soldaditos de papel. Ya se acercaba el momento de probarlo, y esgrimidas las armas de uno y otro bando, iban á chocar el acero y el cartón. Nada más imponente que los rebeldes. Sus barbados gastadores, cubiertos con el mandil de cuero blanco, parecían gigantes; sus tambores eran un trueno continuado, su acti