DíS JULIO
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tud marcial perfecta, su orden para el ataque inmejorable, sus vivas infundían miedo, sus ojos echaban fuego.
La columna se detuvo y miró á la izquierda. Ya se sabe que la Plaza Mayor tiene dos grandes bocas, por las cuales respira, comunicándose con la calle del mismo nombre. Entre aquellas dos grandes bocas, que se llamaban de Boteros y de la Amargura, había y hay un tercer conducto, una especie de intestino, negro y obscuro: es el callejón del Infierno. Por una de estas tres bocas, ó por las tres á un tiempo, tenían los guardias forzosamente que intentar la ocupación de la Plaza, de aquel sagrado Capitolio de la Milicia nacional, ó alcázar del soberano pueblo armado.
Cuando se acercaron hubo un momento de silencio profundo. Allá dentro, á la primera luz del naciente, se veían brillar los cañones de los fusiles preparados. ¡Ausiedad espantosa! Con el aliento suspendido se contemplaron el guerrero y el ciudadano, el hierro y el papel. Oyéronse algunos gritos, diéronse algunos pasos, y tempestad horrísona estalló en el aire.
En el paso y arco de Boteros, en la calle de la Amargura, en el callejón del Infierno, se trabó simultáneamente la pelea. Los guardias atacaron con fatuidad, los milicianos defendieron con vigor, no sin gritos patrióticos, que les inflamaban, recordándoles la noble idea por que combatían. El cañón de Boteros y el de la Amargura tronaron á la vez, y sus primeros disparos de metralla desconcertaron á lof guardias.