B. PEREZ GA. LD3S
el Rey, acusado de dirigir desde su gabinete toda la maniobra sediciosa, asistido de los pérfidos consejeros á quienes El Zurriago llamaba Iafantón, Gasarrick y el General Castañuelas (Castro-Terreño). En Palacio se hallaban también los Ministros en la más triste y ridicula de las situaciones imaginables, prisioneros, sin prestigio ante la Milicia ni ante el despotismo; estaba asimismo San Martín, que, según dicen, lloraba, deplorando la reclusión en que se le tenía; estaban los cortesanos todos y las damas del 30 de Junio; pero no rebosando alegría, sino con el corazón oprimido por la incertidumbre; que toda aquella gente menuda, tan emprendedora para conspirar, temblaba al oir los tiros, como los niños cuando oyen truenos.
Cuando los milicianos de la Plaza Mayor se convencieron de que habían triunfado, pues en los primeros momentos no lo creían, se entusiasmaron hasta el frenesí: los vivas á la Constitución, á Riego, á Ballesteros, á las libertades todas y á todos los pueblos soberanos, sonaban sin interrupción, repetidos por la muchedumbre en inmenso alarido. De las vecinas casas salía en tropel, á borbotones, el hirviente vecindario, loco también de alegría, y todo el mundo se felicitaba, todo el mundo se abra . zaba. Las patriotas, que eran género abundante en la calle Mayor, salían cargadas de confituras, vino, pasteles y cantidad de regalitos para obsequiar á los héroes. ¡Interesante apoteosis popular, que á los bravos soldados nacionales gustaba más que el pasar bajo sober-