B. PÉREZ G ALDOS
nada ni á nadie, mordían el polvo, sojuzgados por el espíritu liberal y la conciencia pública, de quien fueron instrumento propicio las armas ciudadanas.
Todo fué bien hasta aquel instante; pero en? el mismo punto, la cuestión que ya podemos* llamar del 7 de Julio empezó á tomar antipá-; tico sesgo. Comenzaron los tratos para la capitulación; constituyóse es la Casa-Panadería una Junta de hombres débiles, que no supieron tomar resolución alguna de provecho en el momento del peligro, y que ahora querían nada menos que declarar la incapacidad moral del Rey. Palacio envió ante la Junta su» más sagaces agentes, y discutióse si debían los guardias rendir las armas, cuando tan fácil era quitárselas. ♦
No es decible lo que se movió aquella gente desde Palacio á la Casa- Panadería, y qué número de cortesanos y oficiales entraron en danza, trayendo y llevando recados. Por último, la diplomacia dijo su última palabra, y seestipuló que los cuatro batallones que habían invadido la capital se rendirían á discreción; pero que los otros dos las conservarían, saliendo de la Corte para Vicálvaro y Leganés. En uno de aquellos dos estaban los asesinos de Landáburu.
Extendida la noticia de este convenio entre los patriotas, la mayor parte se dieron por satisfechos, y el pueblo en general llenóse de alegría viendo asegurada la paz, sometida la rebelión y atajada la sangre, que había empezado á correr en abundancia. En las largas»