— Las beso— dijo,— como los pobres cuando reciben una limosna.
— ¿Te avergüenzas de recibir esos ochavos de oro?
— No me avergüenzo, porque me los das tú, y me los das con el corazón—dijo Soledad bebiéndose una lágrima y dando un suspiro. — Eres para nosotros la prueba viva que Dios da de su bondad á las criaturas que no quiere abandonar. Rechazar tu limosna, responder á tu caridad con orgullo, sería ofender á Dios, Tu dinero, sea oro ó cobre, es para mí el pan de cada día que se pide á Dios en el Padrenuestro, y que siempre nos cae del cielo en una forma ó en otra.
Después miró las monedas, y tomando dos las presentó á Salvador, diciéndole:
— Estas dos están de más. Con una basta. No debe haber prodigalidad ni aun en la limosna, porque otro pobre necesitará mañana lo que hoy me has dado á mí de más.
— Ya te dije la semana pasada—repuso Monsalud,—que ese vestido que llevas, aunque no carece de decencia, está pidiendo sustituto.
— ¡Qué tonto eres! Pues no faltaba más... Por tu vida, que estamos en situación de presumir. ¿Quieres que me vista de raso?
.—No me gusta la gente mal vestida.
.—Pero, hermano, te olvidas de una cosa.
—¿De qué?
— De que pido limosna. Soy más pobrecita que esas que por las calles alargan su mano Caca y piden por Dios. Si tú no existieras...