— Ha venido esta tarde y ha dado pocas esperanzas.
— ¿Recetó algo?
— Que siguiera en la cama; que no le mo» testáramos con medicinas; que se le deje tranquilo. Eso quiere decir que la ciencia es inútil... Si al menos pudiera pasar en calma sus últimas horas.!. Pero acabadas las batallas vendrán á prenderle, porque esa gente de la policía no se olvida de su oficio. Serán tan malos, que le llevarán en una camilla á la cárcel... Estando tú aquí, ¿no podrás impedirlo?
Salvador no respondió. Penetraron en la salita que precedía á la alcoba del enfermo, y apareció entonces Dcña Rosa, con aquella cara de Pascua y aquella bendita sonrisa quo conservaba aun en los momentos de mayor apuro. Soledad entró á ver á su padre, acercándose al lecho muy despacito para no hacer ruido, y al poco rato salió.
— ¿Ha venido alguien?—preguntó á la vieja.
— Sí, hija mía, hemos tenido visita: hace un momento acaba de salir. *
—¿Quién?
— Una señora— dijo en voz baja Doña Rosa, haciendo extraordinarios aspavientos con las flacas manos.—Una señora muy linda.
Salvador y Soledad prestaron gran atención.
— ¿Y qué buscaba?
— Venía muy sofocada... preguntó por el Sr. Naranjo, Cuando le dije que se había marchado, no lo quería creer. |Quó afán traía la señoral... Pues nada: empeñábase en que el