B. VÉ.¡EZ GALDÓ3
Sr. Naranjo estaba escondido por miedo á los tiros... «Entre usted, señora, y registre la casa toda,» le dije... Virgen Madre, lqué entrecejo poníal Estaba furiosa la madama, y cuando se convenció de que había sido chasqueada, daba pataditas en el suelo...
— ¿Y no dijo más? —preguntó Monsalud con muy vivo interés.
— Me preguntó que dónde tenía sus papeles el Sr. Naranjo... ¡Yo qué demonches sé!... Ya me iba amostazando la tal señora... También hablaba sola, y decía como los cómicos 6n el teatro: «¡Cobardes, traidores!»
— ¿Era hermosa?—preguntó Sola.
— Como el sol.
— ¿Y rubia?—preguntó Salvador.
— Rubia, con unos ojos de.cielo, como los míos ¡ayl cuando tenían quince años.
— ¿Y vino sola?
— Subió sola; pero me parece que abajo la esperaban dos hombres... ¡Ah! ya me acuerdo -do otra co3a. Me preguntó por D. Víctor, si había venido D. Víctor... ¡Yo qué diantres sé de D. Víctor! Creo que es aquel clerigón gordo... Después de marearme bastante, registró todo lo que había en el cuarto del Si Naranjo; pero no debió de encontrar lo que buscaba, porque seguía dando pataditas y diciendo entre dientes: «¡Ese cobarde nos va á comprometer!»
— ¿Y no entró aquí?
— También entró y vió al enfermo; pero no 4enía trazas de interesarse por él—dijo Doña Rosa.—Yo no pude contenerme al fin, porque