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Página:7 de julio - novela (1906).djvu/194

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B. PÉREZ GALDÓS

B. PÉREZ G ALDOS

ganda... ¿Es cierto que les cogieron la bandera coronela? El señor nos tenga de su mano... ¿Pero este caballero no entra á ver al enfermo? Yo creo que si se le diera una sopa de vino... porque esto no es más que debilidad, debilidad pura.

Monsalud miraba al suelo como si estuviera leyendo en él un escrito de suma importancia. Indiferente á todo, menos á un solo pensamiento, alzó por fin los ojos, y poniéndolos en el acartonado semblante de la anciana, habló así:

— ¿Cuánto tiempo hace que salió?

—¿Quién?

— Esa señora.

— ¡Ah! Ya no me acordaba de ella. Hará poco más de media hora que salió.

El joven se levantó maquinalmente.

—¿Te vas?—le preguntó Soledad fijando en ^1 sus ojos llenos de lágrimas.

—No... no me voy—repuso Salvador volviendo en sí... Me he levantado no sé porqué...

—pero ya ves, me vuelvo á sentar.

Así lo hizo. En el mismo momento dejóse oir la voz de D. Urbano, que gritaba:

— ¡Anatolio, Anatoliol

Soledad corrió á la alcoba.

— Ha llegado, ha llegado ya— exclamó el anciano con voz á que daba fuerza y claridad el delirio.—¡Ven acá, ven á mis brazos, querido hijo!

Sólita procuró tranquilizarle, pero en vano. Gil de la Cuadra sacudía las ropas de su lecho, se incorporaba, extendía los descarnados brazos buscando una sombra.