— Con permiso —dijo entrando.—|AkI está aquí el Sr. D. Salvador. ¿Eb que se nos anticipa para sorprender á la pillería?
—¿Qué buscan ustedes aquí?—preguntó Monsalud de muy mal talante.
Sarmiento sacó un papel, y acercando la linterna leyó:
tEl Exemo. Ayuntamiento... etc.. Hace saber: Que muchos guardias han quedado ocultos en las casas, ó quizás estos miserables han hallado un asilo compasivo en la generosidad de los mismos á quienes venían á asesinar...» En resumidas cuentas, Sr. Monsalud, ya conoce usted el bando de hoy. Muchos esclavos se han escondido en las casas, y nosotros venimos á ver si está aquí el alférez de guardias D. Anatolio Gordón... En cuanto al Sr. Naranjo y al Sr. Gil, también tenemos orden de llevárnoslos, chilindrón, porque hoy conclu» ye el imperio de la canalla, y ya se puede decir á boca llena, para que tiemble el Infierno: ¿Viva la Constitución!
D. Patricio lo dijo con toda la fuerza de sus pulmones, y repitiéronlo del mismo modo sus compañeros.
— Silencio, animales— dijo Salvador.—Hay un muerto en la casa.
— Sí, sí— gruñó Sarmiento con la risa estúpida del hombre ebrio.—Tal es su sistema. El despotismo conspira para asesinarnos; pero cuando se ve cogido y vencido, se hace el muerdo. Lo mismo pasa allá.
—¿En dónde?
— En la casa grande. ¿Con que un muerto?