los barcos con cargas de caballería. Tenernos en Ultramar á un Sr. Vadillo, comerciante de ultramarinos en Cádiz, y de Hacienda á un tal Egea... Y yo pregunto: ¿quién es Egea?
—Eso mismo digo yo: ¿quién es Egea?
— Si al menos estos señores, á falta de gran-, des dotes, tuvieran templanza...
— Es claro, si tuvieran templanza... Pero no se olvide usted, mi querido D. Benigno, de averiguar...
— ¡Ah! ¿ese joven alférez? Es muy fácil... Ya sabe usted que S. M. ha desterrado á toda la cuadrilla de palaciegos que le tenían engañado y seducido.
—Así parece; mas...
— El Marqués de Castelar ha sido desterrado á Cartagena, el de Casa-Sarriá á Valencia, y los Duques de Montemar y Castro Terreño no sé á dónde... Esos tienen la culpa de todo, esos, esos... cuatro ó cinco aristócratas inflados, quo beberían la sangre del pueblo si les dejaran* Metan on un puño á media docena de hombres pérfidos, y verán cómo se arregla todo y echa raíces el Sistema por los siglos de los siglos.
— Seguramente... Si usted me lo permite.*»
— Porque S. M.—prosiguió Cordero, encariñado con su idea como un niño con un juguete,—no es malo. Yo creo que dijo con buena fe aquello de marchemos, y yo él primero? pero ya se ve... ¡hay tanto pillo, tanto servilón empedernidol Yo no sé por qué esos hambres no han de amar la libertad, una cosa tan clara, tan patente, tan obvia. ¡Ah! si todos fueran razonables templados, tolerantes.