pío como puedo. Me daría mucha vergüenza de vestir mejor que tú.
— jQué bueno eres! Dios te hizo y rompió el molde—dijo Soledad con profunda emoción. — Pero me ocurre otra razón para que guardes ese dinero y aplacemos lo del vestido.
—¿Cuál?
— Con el mejor fin del mundo yo estoy representando una comedia, que tú me has aconsejado; es decir, tú has sido el poeta y yo la actriz.
— ¿Qué comedia?
— Yo le hago creer á mi padre que estamos cobrando todavía la pensioncilla de que antes vivíamos. No se le.puede decir que pido limosna, y menos que tú me la das. Si llegara á comprender estos manejos, el pobre se moriría de pesadumbre.
— Engañas á tu padre. Esto es lícito alguna vez.
— Pues bien, caballero—añadió Sola con expresión de triunfo.— La pensión apenas daría para comfer. Si mi padre me ve comprar vestidos y ponerme majezas, quizás pensaría algo malo de mí.
Salvador meditó un rato.
—En efecto— dijo al fin.—No había caído en eso.
— Ahí tienes el dinero.
— No: le dices á tu padre que has economi zado; le dices lo que quieras, ¿sabes?— objetó Monsalud con impaciencia;—pero quiero verte mejor vestida. No debes atender demasiado á lo que piense tu padre, querida, porque el