B. PÉREZ G ALDOS
— jTaa pronto!... Pero me parece que usted venía á saber algo... No recuerdo ya.
Salvador no pudo contener la risa y repitiólas preguntas.
^—Gordón, Gordón...—dijo D. Benigno acariciándose la boca.— |AhL. ¿Por qué no me lo dijo usted antes?... Ya sé, ya sé dónde está ese joven. Dispense usted, amigo. Tiene uno la cabeza á pájaros.
—¿Vive? ¿En dónde está?
— Si no me engaño, anoche he oído hablar de ese joven á D. Patricio Sarmiento.
— Malo, malo.
— No, no se apure usted. Tengo entendido que fué Pujitos quien le encontró en cierta casa... Creo que en la calle de las Veneras. Parece que estaba herido.
— Gracias á Dios. Algo es algo. Corramos allá.
Sin esperar á más, y temiendo que un solo minuto de detención diera alientos á IX Benigno para engolfarse en nuevo piélago de comentarios y observaciones políticas, apretóle la mano que tenía libre de vendajes y salió á toda prisa, decidido á poner entre su persona y los Corderos toda la distancia posible, siempre que tuviese que hacer averiguaciones en el vasto campo de la Milicia.