B. PÉREZ G ALDOS
dislates, conociéüdolos y sin poder evitarlos?
— Que eras un hombre débil y menguado. Pero por fortuna no es así
— Por desgracia es así. Has acertado: mehas calificado perfectamente.
— ¿Y qué desatino vas á cometer? ¿Es un crimen?
— También puede serlo. ¡Qué desgraciado» soy! Me he metido en un torbellino espantoso,, y no puedo salir de él. Si el hombre tuviera fuerzas para vencer la atracción podorosa que le arrastra de aquí para allí y le hace dar mil y mil vueltas, no sería hombre: sería Dios. Lo que no puede un astro, que es tan grande, ¿la ha de poder un miserable hombre?
— ¿Pues no ha de poder? Un astro es un pedrusco, y un hombro es un alma,—dijo Sola con inspiración.
— Precisamente el alma es la que se pierde, porque es kt que se fascina, laque se engaña, la que sueña mil bellezas y superiores goces,, la que aspira con sed insaciable á lo que na posee, y á volver posible la imposibilidad, y á querer estar donde no está, y á marchar siempre de esfera en esfera buscando horizoutes.
—Pues adelante, sigue. ¿Quién te estorba?
— Nadie... pero yo quisiera que alguien me estorbase; quisiera hallarme en ese estado d& esclavitud en que muchos viven; tener uua> cadena al pie como los presidiarios. Puede ser que entonces viviera tranquilo y me curase de este mal de movimiento que ahora me consume. ¿No crees lo mismo?
— Entonces serías más desgraciado—dijo>