— Eso es verdad; ¿pero por qué duda©
de mí?
— Porque me han dicho... [Jesús lo que me han dicho! Antes te informaré de que fui á parar á cierta casa donde vive un hombre honrado, maestro de obra prima, á quien llaman Pujitos, el cual, si se ha batido fieramente en las calles contra nosotros, no por eso carece de sentimientos caritativos, y no sólo me ocultó en su casa, sino que me ha cuidado como si fuera un hermano... Pues bien: grande amigo de ese Sr. Pujitos es un tal Lucas Sarmiento, con quien yo anduve á palos cierta noche. Después nos hemos reconciliado, porque el odiar al prójimo á nada conduce. líe aquí que Sarmiento me refiere cosas muy raras de tí. Dice que á escondidas de tu padre tenías amistades con un guapo mozo llamado* Monsalud, el cual ha sido tu protector y amparo durante la gran miseria que habéis padecido. Me dijeron que después de muerto tu padre, te trajo á esta casa, que es la suya. Yo lo dudaba, lo dudo todavía, querida prima» Dime tú si es cierto.
— Ya lo ves—repuso Soledad serenamente:
— ésta es su casa.
— ¿Y es cierto también que á escondidas de tu padre, y sin que él sospechase nada, veías á ese hombre y recibías de él los auxilios que necesitabas?
— Cierto es, primo. ¿Cómo he de negarte lo* que no tiene nada de malo?
— ¡Nada de malo!— exclamó Gordón abriendo con espanto los ojos.— Señora Doña Sólita*