DIÍ JULIO
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— |Ob! Si así fuera—pensó la infeliz,— entonces sí que no tendría perdón.
Más tarde regresó el joven á la casa, salió luego, volvió á entrar, recibió diferentes cartas y recados, de los cuales ninguna de lns dos mujeres, con ser ambas medianamente curiosas, pudo enterarse. Pareció por último más tranquilo, y cuando se hallaba en su cuarto disponiendo algunos objetos que había mandado traer de la calle de Coloreros, entró Soledad casualmente. t
— Hermana—le dijo,—ya sé por mi madre < jue ayer tarde estuvo aquí el guardia perdido. ¿Qué tal? ¿Estás contenta?
— Como antes, -—respondió Sola afectando indiferencia.
— ¿Qué te ha dicho?
— Que retiraba su promesa, que no hay nada de lo dicho; en una palabra, que no quiere hacerme el honor de casarse conmigo...
— ¿Y lo dices así, tan tranquila?— manifestó Salvador con asombro.—Pero, mujer, ¿tú has considerado bien...?
— ¿Y qué quieres, que llore por él?
— Naturalmente. Pero ¿qué razón da ese bergante?
— Una que no deja de tener fuerza, para él, se entiende. ¿No ves que he tenido amigos que me han protegido durante mi pobreza?... ¿No ves que á escondidas de mi padre he v¡Bitado sola á jóvenes de mundo?
— lAhl—gritó Monsalud con viveza y enojo.
—¿Salimos con eso? Pues no faltaba más. Veo» que te han calumniado.