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Página:7 de julio - novela (1906).djvu/229

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7 DE JULIO

— ¿No tomas nada?—preguntó Doña Fermina á su hijo.

— Nada,—repuso éste brevemente.

Paseaba de largo á largo, con lentitud, echada la cabeza hacia adelante y las manos cruzadas atrás. Parecía contar minuciosamente los ladrillos del piso. Callaban las dos mujeres; pero con sus alternados suspiros decían más que con cien lenguas.

Un reloj dio las nueve. Salvador se detuvo, y mirando á su madre, pronunció estas palabras:

— No, no puede ser.

—¿Qué?—preguntó la madre

— Que me vaya.

— Si lo hicieras como lo dices...

— Si no fuera porque es preciso cumplir... — murmuró, y al instante volvió al febril paseo.

— ¿Has dado una palabra, una promesa de muchacho casquivano? ¿Eso qué significa?

— No puede ser, no,— repetía.

—¿Qué?—preguntó la madre con ansia.

— Quedarme.

— Ahora es lo contrario. ¡Si piensas una cosa, y al cabo de un instante otra!... ¿Cómo nos entendemos? Pareces un lunático. Y á nosotras nos pegarás tu demencia, y tendremos la cabeza tan destornillada como tú.

— |Desgraciado de mil—exclamó el joven.

— ¡Desgraciadas de nosotras!—dijo Doña Fermina.

— ¿Está mi baúl abajo?

— Está todo como lo has dispuesto.

En la huerta, y junto á la verja que daba