-Pues voy á serlo—dijo la huérfana sonriendo.—Empiezo por mezclarme en tus asuntos, aconsejándote...
— ¡Muy bienl
— Más aún, mandando en tí.
— jExeelente idea!
— Empiezo ahora. 1—¿Qué debo hacer?
—Tratar de olvidar todo lo que has visto hoy.
— jOlvidarl—exclamó Salvador con brío. — Eso no puede ser. ¿Cómo olvidar eso, Sola? ¡Imagina lo más hermoso, lo más seductor, lo m<¿jor que ha hecho Dios, aunque lo haya hecho para perder al hombre!
— Entonces adiós.
— Pues adiós.
Uno y otro se levantaron.
— Márchate de la casa,— dijo resueltamente Soledad.
—¿Te enojas...? Vamos, querida hermana^ si quisiera huir, me quedaría, por no verte enfadada al volver.
— Es que no me verías más.
— ¿De veras?
—No gusto de tratar con locos.
— Pues yo siempre lo he sido. A buena hora, lo conoces. Yo te prometo que seré razonable.
— ¿Lo serás esta noche?
— Te lo prometo.
— ¿No harás ninguna locura?
— Haré las menos que pueda. Prometer más, sería necedad.
— Pues adiós.