—¿Te vas?
—Es preciso descansar, hijito. Hoy nos has dado mucho que hacer con tu malhadado viaje.
■—Pues adiós. Vengan esos cinco.
Estrecháronse la roano. Desde la puerta, al retirarse, Sólita saludó á su amigo, dictándole cariñosamente:
— No será cosa de que me tenga que levantar á echar sermones. ¿Serás juicioso?
—Hasta donde pueda. Ya es bastante, hermanita.
— Me conformo por ahora. Adiós.
Retiróse Soledad, pero no se acostó. Estaba iti quieta, y desconfiaba de las resoluciones de su hermano. Vigilante, con el oído atento á todo rumor, y mirando á ratos por la ventana di) su cuarto, que daba á la huerta, pasó más de una hora. Sintió de improviso el ruido de uu «coche que se acercaba, y puso atención. El ecche paró...
Soledad sintió frío en el corazón y un desfallecimiento súbito de su valor moral; pero evocando las fuerzas de su espíritu, salió del cuarto muy quedamente. Cuando estuvo fuera y bajó muy despacio á la huerta; cuando en ella puso los pies, vió que Salvador (¡él eral ¡le re . conoció en la profunda obscuridad de la noche!) avanzaba con rápido paso hacia la verja. }
Sólita se llenó de pena; quiso gritar, pero; la voz de su dignidad le impidió hacerlo. Sólo" tenía derecho á ser testigo.
Vió que el hortelano avanzaba gruñendo iiacia el portalón, mandado por Salvador; que