B. PÉKEZ G. VLDÓS
ardor,—si alguna razón hay para que mi p** dre te llame perverso, díraelo por Dios, dímelo, Salvador; dame esa prueba de confianza. Tu falta, tu error, tu equivocación 6 lo que sea, no puede ser grave; será una tontería, una cosa... una de esas cosas que no valen nada... * una sandez de esas que no merecen odio, sino^ risa... [
— No es tontería.
— Pues lo que s(fa, dímelo; me parece que merezco esa prueba de confianza. ¿Crees que me asustaré?... Sí, buena soy yo para espantarme de nada. He visto mucho mundo, señor mío; he visto muchas pilladas, y las tuyas, por grandes que sean, no me llamarán la atención.
— Es que las mías son muy grandes—dijo Salvador riendo.—Vamos, no quiero perder tu buena amistad. Es la única amistad verdadera que tengo. Déjamela.
— La tendrás mientras yo viva—indicó Sola con viva emoción.—Yo te juro que la tendrás, aunque seas más malo que el mal ladrón, aunque hayas sido asesino, salteador... ¿Por qué te ríes?
— ¡Asesino, salteador!
— Vamos, ya se comprende que no habré sido tanto.
— Quizás más.
—¿Más? Tú también has perdido el juicio. No aumentes mi curiosidad.
— ¿Tienes mucha?
— Muchísima. Me abraso... jBahl Tú quieres confundirme. ¿Cómo puedo yo creer que tú, que tú, un hombre tan bueno, tan genero