B. PSREZ GALÜÓS
— Entonces se suavizarán las frases de elogio,—dijo Monsalud, pasando los ojos por el final del manuscrito.
— No: ¿áqué vienen esos sahumerios? Harto le ensalza la plebe. ¿No se ha cacareado bastante su hazaña?
— Demasiado.
— ¡No... sino que todos los días hemos de estar con el padre de la libertad, con el adalid generoso, con el consuelo de los libres y el insoportable viva Riego, que es como un zumbido de mosquitos que nos aturde y enloquecel
— ¡Ahí todo cansa en el mundo, señor Duque, hasta el incienso que se echa á los demás; todo cansa, hasta doblar la rodilla ante un ídolo de barro.
— ]De barro! Has dicho bien, muy bien. |Si yo pudiera decir eso en mi discurso!
— Pues nada más fácil.
— ¡Hombre, qué calma tienes! Estaría bueno...
— En efecto: estaría bueno llamar necio de buenas á primeras al jefe del partido á que uno pertenece—dijo Salvador riendo.—Pero todo puede hacerse en este mundo. Mire usted, señor Duque, yo lo haría.
— ¿Tá?
— Sí, señor.
— Pero tú no sirves para la política. Lo malo que tiene este maldito oficio de politiquear, consiste en que á menudo es forzoso que adulemos y ensalcemos á más de un majadero que vale menos que nosotros, y que se ha elevado por un rasgo de audacia ó por su misma ma-