saje conviene echar un par de toses, ó estirar el brazo, ó quedarme parado y en silencio mirando con altanero desdén á todos los lados.
—De todo eso creo entender algo. Adiós, seüor Duque: á trabajar,
— Adiós, buena alhaja.
El Duque se quedó solo, y poco después atroces gritos atronaron la casa. Comentaban con malicia los criados el rumor de apóstrofes y epifonemas que les aseguraban completa vagancia por algunas horas; pero ningún habitante de la casa se atrevió á poner su planta profana en el gabinete convertido en salón de sesiones.
Mientras hablaba el Duque, la aquiescencia de su auditorio era perfecta. Ni la cama, que era la Presidencia; ni las sillas, que eran Galiano é Istúriz; ni las paredes, que eran las tribunas; ni el jarrón vacío, que era Riego, hicieron objeción alguna. El orador estaba inspirado.
IV
El 16 de Marzo las tribunas del salón da Cortes en Doña María de Aragón rebosaban de gente. Decíase que el segundo batallón de Asturias iba á penetrar en la sala de sesiones, y esto era de ver. No siempre entra la tropa en las Asambleas para disolverlas.
La iglesia- congreso ofrecía entonces al espectador escasísimo valor artístico. Por alga-