B. PÉREZ GrALDÓS
Das pinturas sagradas en el techo se conocía el templo cristiano; por una estatua de la Libertad y una inscripción política se conocía la Asamblea popular. El presbiterio sin altar era Presidencia; la sacristía sin roperos, salón de conferencias; el coro sin órgano, tribuna. Bastaba quitar y poner algunos objetos para hacer de la cátedra política lugar santo, ó viceversa; y así, cuando los frailes echaban álos diputados ó los diputados á los frailes, no era preciso clavar muchos clavos.
El Senado actual puede dar idea completa del Congreso de entonces, si la imaginación suprime el decorado artístico y los graciosos remiendos de oro y estuco que los arquitectos del Estado han puesto por todas partes. El Presidente ocupaba el mismo sitio, y los diputados se sentaban, cual los modernos senadores, en dos filas, frente á frente, contemplándose unos á otros. Había en lo alto tribunas laterales tan obscuras, estrechas ó incómodas como las de hoy, con ingreso por lóbregos pasillos, los cuales tenían tortuosa comunicación con una escalera que en los tiempos frailescos servía para dar subida al campanario. Los espectadores, fuesen ál a tribuna de orden ó á la pública, tenían que ascender por inverosímiles antros obscuros y escurrirse luego por los corredores sin luz, hasta que la remota claridad de los medios puntos en que se abrían las tribunas, y el rumor de la discusión, les anunciaban el término de su arriesgado viaje.
Salvador Monsalud penetró en la tribuna cuando los padres de la patria empezaban á