B. PÉRKZ G ALDOS
ba y grandes propósitos de proteger y amparar á la desvalida madre España, prometió defender la libertad hasta el último aliento. Tanta abnegación de parte de un comandante enterneció á los demagogos.
Tocóle la vez al Sr. Sal vato, hombre de pocas palabras, algo ronquillo, y empezó su discurso, que parecía iba á ser largo como esperauza de pobre. De las tribunas no se le oía jota, lo cual fué ocasión de desasosiego y tumulto; pero Salvíito, al llegar al fin de su perorata, alzó la débil voz cuanto le fué posible, y se oyeron estas palabras: c;Batallón de Asturias! ¡El genio tutelar de la libertad acompañe tus filas, mientras que el aprecio general da los hombres libres te sigue á todas partes!»
En medio de atronadores aplausos, Salvato alargó al comandante un ejemplar de la Constitución. Al ver la entrega del hbrito, cualquier espectador de cabeza despejada habría creída presenciar el acto de la distribución de premios de escuela, y que el citado jefe había merecida llamar la atención del consejo profesional por sus correctas planas ó sus adelantos en la gramática. Pero aquí empezó la parte más chusca de aquella ceremonia, que oficialmente, y según lo acordado por el Gobierno, debía concluir con la solemne entrega del libro.
El comandante, que sin duda era hombre de iniciativa, no creyó suficientemente hecha la apoteosis del batallón de Asturias, y sintiendo* se inspirado, abrasado en sacrosanto fuego de gratitud y patriotismo, desciñóse el corvo sable y lo ofreció al Congreso, diciendo con huc-