do, y á sentimientos que con pasmosa rapide 2 principiaban á subyugarle; pero á la medid a de sus esfuerzos crecían su debilidad y la es" elavitud de su ánimo. Esto y lo que pasa á o 8 peces cuando quieren librarse del anzuelo, a sentirse cogidos, es una misma cosa.
Y en tanto, el Duque navegaba por el piélago inmenso de su discurso. Había afrontado impávido y sereno los escollos del exordio y entrado en la exposición que le ofrecía su ancho campo cerúleo, despejado, claro y llano como un mar sin olas; pero de pronto, |oh perversidad de los hados que protegen la oratoria! [oh picardía de la maligna Palasl el Duque tropezó, equivocando una oración por otra y enredándose en una palabra. Mascó durante breve rato, tratando de salir del paso por medio de un esfuerzo de ingenio; mas para esto era necesario improvisar, y Su Excelencia no era fuerte en la improvisación. ¡Qué lástima, equivocarse precisamente cuando iba á examinar con crítica aguda la conducta del Ministerio; equivocarse cuando Alcalá Galiano é Istúriz estaban mudos de asombro ante aquel ignoto prodigio de elocuencia que tan inesperadamente aparecía!
El del Parque sintió que su frente se cubría de sudor; trató de recordar, llamó la memoria; pero el discurso había desaparecido ante los ojos de su entendimiento; se había borrado, por completo, y en su lugar una inmensidad negra, horrendo caos sin una línea, sin una idea, sin un rasgo, se extendía ante el atribulado espíritu del orador.