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Página:7 de julio - novela (1906).djvu/48

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B. PÉREZ GALDÓS

B. PEREZ G ALDOS

brazos negros, permanecían largo rato en inmovilidad casi absoluta, en medio de un silencio semejante al de cualquier alcoba mortuoria.

Üe pronto movía la cabeza, miraba hacia afuera, y el patio lóbrego y sucio al cual daba su ventana, ofrecíale el grandioso paisaje de dos ó tres cocinas medianeras. Allá arriba se veía, sí, un recorte irregular y azul lleno de luz y de belleza: era el cielo. Gil de la Cuadra lo miraba hasta que el dolor del torcido pescuezo obligábale á sumergir su contemplativa mirada en el fondo del patio. Allí todo era lobreguez, horror, vapores infectos, un detestable olor á almíbar. Hervía el azúcar en las cazuelas, y un negro cíclope del dulce labraba yemas y azucarillos en aquella caverna húmeda y acaramelada. Las coplas obscenas que cantaba y el vaho de tal industria se unían en conjunto muy desagradable.

A ratos leía el anciano. No escribía nada, Sus libros eran las novelas de la época, entro ellas el Werther y La Nueva Eloísa; también Las Noches. Aquel espíritu fatigado se rebelaba contra las lecturas serias, entregándose con deleite á un pasatiempo que le producía fuertes excitaciones de la sensibilidad y de la fan* » tasía. El aplanamiento de la vida y la rápida decadencia habían determinado en hombre tan, infeliz el retroceso senil, que consiste en una ' especie de renovación enfermiza de la niñez. En aquella edad y circunstancias, en tal estado de alma y cuerpo, Gil de la Cuadra seña* ba, mejor dicho, idealizaba.