Digamos Ave María para que tiemble el lüfierno; digamos para que tiemblen los picaros: ¡Viva Riego!
— Amén—contestó Naranjo sonriendo. ¿Me dirá usted por fin á qué debo el gusto...? I—Poco á poco—.repuso Sarmiento.—¡Cuándo se habrá sorprendido usted al verme entrar en su casa! ]Ya se vel... enemigos encarnizados, enemigos á muerte!... ¡usted absolutista, yo liberal; usted servil, yo gorro!
— En efecto, me sorprende mucho.
— Y no sólo somos enemigos políticamente hablando, sino escolásticamente—dijo Sarmiento, recalcando bien los adverbios.—Usted enseña por un sistema, yo por otro. Usted se inspira en el misticismo, yo en los grandes cuadros históricos; usted hace leer á sus alumnos el Antiguo Testamento, yo les lleno la cabeze de Historia romana; usted enseña la escritura por Torio, yo por Iturzaeta... ¡Enemigos á muerte!... y ahora ha de saber usted que hoy estreno mi uniforme y que me lo he puesto expresamente para venir á esta casa.
— Gracias, Sr. Sarmiento: es grande honor para mí.
— Al mismo tiempo—dijo D. Patricio,—debo tranquilizarle á usted respecto al fin de mi visita. Soy enemigo, pero enemigo leal.
— Lo supongo.
— Por consiguiente, no vengo acá como autoridad.
— Es de creer, porque no es usted juez, ni fefe político, ni capitán general.