— jViene!... Dios mío, ¿es ciert) lo que leo? jVienel... Lee tú, hija mía: viene resuelto á cumplir su promesa...
El infeliz anciano se desmayó. Sostúvole Naranjo; y cuando le llevaron á su cama y le tendieron y le rociaron el rostro y recobró el conocimiento, exclamó:
— ]Hay Dios, hija de mi corazón, hay Dios! Abrázame... más fuerte. Soy el hombre más feliz de la tierra.
VII
— Vuélveme á leer esa carta que me ha dado la vida—decía el padre á la hija media hora después, hallándose ya completamente solo3.
— Repíteme una á una sus consoladoras palabras.
Soledad volvió á leer.
— Sa excusa de no habernos escrito— manifestó Gil.—¡Pobrecillo! Ha estado enfermo, ha tenido que hacer un viajo largo, penoso. ¿Cuántos días estuvo en la cama?
— Cuarenta y dos. ¡Pobre chico!
— ¿Y cuánto tardó desde Santander á Logroño?
— Catorce días, caminando entre ventisqueros, hielos y tempestades.
— ¡Desgraciado! ¡Y dice quo viene resuelto á cumplir bu promesa! Lee eso otra vez Y que llegará... ¿cuándo?
—El 11 ó el 12.