— Es decir, mañana ó pasado. Hija de mi alma, abrázame otra vez. Ya tienes amparo, ya tienes apoyo en tu orfandad; ya puedo morirme, ya puedo entregar á la tierra este miserable despojo de mi cuerpo, y decirle: cAhí tienes, tierra, lo que pides. Ya no te lo disputaré ni un día más.»
— Llegará mañana ó pasado,—repitió Soledad pensativa.
— |Y yo dudaba de Dios! ¡Dudaba de su misericordia infinita! |Quéhermo3a lección me has dado, chiquilla!... Pero observo que no estás tan alegre como yo.
— Sí, padre: estoy contentísima.
— ¿Y no dice más?
— Dice también que ha pedido pasar á la Guardia Real, donde servirá algún tiempo.
— ¡A. la Guardia Real! Muy bien. Bravo yerno tendré. jQuó bien le sentará el uniforme^ ¿No es verdad que le sentará bien?
—Admirablemente.
— ¿Saldremos á recibirle? ¿No dice por qué Puerta entrará?
— No, señor.
— Lo averiguaremos. Mira, hija, quiero salir á paseo; quiero dar una vuelta por las calles.
— Me alegro infinito—dijo Sola, demostrando verdadero gozo.—Hoy hace buen tiempo. Saldremos esta tarde y daremos un buen paseo.
— Y nos sentaremos bajo un árbol en la Cuesta de la Vega. Parece que recobro la» fuerzas.
— D'ob mío, si yo viera á mi padre sano,