Soledad queriendo decir una cosa y no sabiendo cómo decirla.
— Vamos, no hables majaderías. Ta no puedes discurrir como discurro yo, con conocimiento de causa. Una muchacha siempre es una muchacha, y puede tener sensibilidad, fe, piedad, instinto, delicadeza; pero nunca un criterio claro para apreciar, como los hombres, las cosas del mundo.
— Será por eso.
— Yo no podía contar con tu consentimiento. Dirás que era una crueldad mía el quitarte la vida; pero si bien se mira, librarte de la miseria era quererte bien. Hay distintos modos de amar á los hijos. Yo prefiero verte muerta á que vivas deshonrada y miserable. No, no: morir conmigo no era tan lastimoso como vivir sola y sin amparo. Yo tengo de la muerte una idea algo romana. Hay momentos en que es la mejor de las soluciones. ¿No crees tü lo mismo?
— Alguna vez, ¿por qué no?
— Yo deseaba— añadió Gil de la Cuadra — que hubiera mar en Madrid. ¡Ohl El mar es admirable para los desesperados. Abrazaditos, como dos niños que duermen juntos, nos hubiéramos arrojado á él... Pero en Madrid no hay mar.
— ¿Y los estanques del Retiro?
— Tienen antepechos. Sin tu consentimiento hubiera sido muy difícil... Yo discurría, discurría, y al fin, hija mía, pensé en el veneno.
— ¡Jesúsl
Soledad cerró los ojos y palideció.