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Página:7 de julio - novela (1906).djvu/70

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B. PÉREZ GALDÓS

B. LÉREZ GALDÓS

— ¿Te aterras?... Pensé en el veneno. ¿Pero cómo adquirirlo? Tá no me dabas respiro; y empeñada en que había Providencia, empeñada en vivir contra viento y marea, escondías el dinero. Sin duda temías...

— Sí, también me ocurrió lo del veneno.

— Pero yo iba juntando cuartos. Mira, aquí en el seno tengo catorce, y algunos ochavos. ¡Pobre hija mía de mi corazón! ¡Qué lejos estabas de que yo, cuando salías, registraba tus bolsillicos para robarte lo que olvidabas en ellos!

Soledad sentía el corazón oprimido y apenas podía respirar.

— ¡Qué pálida estás, hijital—le dijo su padre levantándose con más brío que de ordinario.— Ya todo eso pasó, y no hay que pensar en muertes ni en venenos. ¿Sabes lo que me ocurre?

—¿Qué?

— Que nos vayamos de paseo. Gil sacó de su seno los cuartos que había reunido.

— ¿Ves estos cuartos destinados al fatal proyecto? ¡Ohl ¡Dios mío, cuán bueno has sido para mí y para mi adorada hijal... ¿Ves estos cuartos, Sola? Pues ahora vamos á tomar el sol á la Cuesta de la Vega, y con ellos compraremos avellanas y nos las comeremos tan alegres.

Diciendo esto, Gil de la Cuadra se encasquetó el sombrero con la presteza de un estudiante calavera.

—Vamos, vamos á paseo. Compraremos las avellanas en lugar del veneno. Pero mejor será pifiones.