DE JUIIO
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— Avellanas.
— Piñones, que las avellanas son pesadas.
— Dices bien. Pues piñones.
—Compraremos piñones.
— Y nos los comeremop, se entiende... ]Ah! y trataremos de averiguar por qué puerta entrará Auatolio y á qué hora.
— ¿Pero cómo hemos de averiguar eso, padre querido?
— Tienes razón, hija: éntre él, y no nos cuidemos de la puerta... Quizás los de la Guardia Real sepan cuándo viene. Si encontramos á alguno hemos de preguntárselo. [Qué bien le sentará el uniformel ¿eh?
—Admirablemente,—respondió Sola, poniéndose la mantilla.
Salieron. Soledad, obligada á sostener la conversación que sobre mil puntos entablaba su padre, cuya locuacidad repentina no conocía el cansancio, necesitaba de grandes esfuerzos para disimular su tristeza.
— ¿Por qué suspiras?—le preguntaba él á ratos.—¿No estás contenta como yo?
— Sí, estoy contenta.
En la plazuela de los Caños encontraron á D. Patricio, que aún no había dejado su uniforme. Gil de la Cuadra le saludó con corteda y hasta con amabilidad, diciéndole:
— No sé si le di á usted las gracias por haberme llevado aquella carta. Estaba tan conmovido...
—¿Traía buenas noticias? ¿Qué tal van los negocios? ¿Se trabaja?
— Era de un sobrino mío, que pasa ahora á