D. Patricio se separó de sus antiguos ve* cilios.
— Después de todo—dijo el Sr. de la Cuadra cuando seguían su camino,— este hombre no es más que un gran majadero.
Prosiguieron lentamente hacia la Cuesta de la Vega. Gil de la Cuadra detenía á todos los f soldados de la Guardia Real para pedirles noticia de su sobrino; pero ninguno supo decirle nada de fundamento.
VIII
A los dos días el desgraciado D. Urbano tuvo el inefable placer de abrazar á su sobrino.
— ¡Ven á mis brazos, hijo mío de mi corazón!—exclamó el anciano, desvanecido por la felicidad.—Esta es tu esposa, mi hija querida.
Anatolio Gordón era un muchachote corpulento, tan rubio que el pelo y la cara casi pareclan del mismo color, siendo sus cejas casi blancas y las pestañas como las de un albino. Su cara pecosa y arrebolada estaba siempre risueña, cualidad que se avenía bien con la redondez de la misma, y con sus facciones agraciadas y poco varoniles. Bigote amarillo, como madejilla de hilos de oro pálido, ornaba su boca, no menos encarnada que una cereza, y sin aquel ligero emblema de su condición masculina, la cara del primo Anatolio habríase confundido con la de una asturianaza guapetona