bía impedido tocar tan delicado punto. Esta» ban solos.
— Soledad— le dijo,—mi Madre y tu padre nos destinaron á casarnos. Yo estoy contento,
¿y tú?
— Yo quiero todo lo que quiere mi padre,— repuso Sólita.
Estaba pálida como una muerta, y sus palabras parecían suspiros.
— Yo bien sé que no puedes quererme... — añadió el mancebo.—Pues mira tú, yo te quiero á tí aunque no te he visto sino cineo días. Hasta ahora ninguna mujer me ha gustado más que tú. Dime, ¿tienes deseos de ir á Asturias?
— Yo estoy bien en todas partes,
— Bien contestado... pero dime: me encontrarás un poco palurdo, ¿no es verdad?
— |Qué cosas tienesl ¿Tú palurdo?
— Digo... en comparación contigo. Porque tú eres muy señorita, y tienes un aire divino que no está mal, no está mal. Haremos buen par. Tú me afinarás, y yo te embruteceré un poco.
Diciendo esto reía con la inocencia de un niño ó un salvaje.
IX
i Qué días aquéllos los de la primavera del 221 En otras épocas hemos visto anarquía; pero como aquélla, ninguna, Nos gobernaban una Constitución impracticable y un Rey conspi-