nifestabah á sablazos. En formación ó sin eWx, los guardias eran propagandistas muy celosos del absolutismo, y ya podía encomendarse á Dios quien delante de ellos osase pronunciar el viva Riego. Aborrecían El Zurriago, que diariamente les ponía cual no digan dueñas, y ( despreciaban á los milicianos nacionales. El ' Rey no sólo les protegía, sino que les azuzaba, haciéndoles instrumen tos de las obscuras tramas palaciegas; los Ministros les tenían más miedo que si fue ran el ejército de Atila, y Morillo aspiraba á amansarle?, reconciliándoles, joh inocencia! con la Milicia nacional.
En su soberbia, creían los arrogantes pr$torianos que podían hacerlo todo, dar un puntapié á aquel desvencijado armatoste del constitucionalismo, y devolver al Rey sus facultades netas, poniendo las cosas en estado semejante al que tuvieron en el venturoso 10 de Mayo de 1814. Pero á pesar de la anarquía que pudría el cuerpo social, esto era más fácil de decir que de hacer.
¿De qué manera trataba el Congreso de sojuzgar al espantable monstruo de la Guardia, que amenazaba tragarse Cortes y libertad? ¡Ayl Los padres de la patria oían sonar los primeros truenos de la tempestad, y decidían:— Que se organizase mejor y con más desarrollo l la Milicia nacional.—Que los jefes políticos! despertasen el entusiasmo libera) por medio v <le himnos patrióticos, músicas, convites y representaciones teatrales de dramas heróicos para enaltecer á los héroes de la libertad.— Que los obispos escribiesen y publicasen pas-