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Era una noche de fines de Junio clara y tibia. Los milicianos, sentados en banquetas ó en sillas, tenían su tertulia bajo los arcos.. Había jóvenes y viejos de distintas clases sociales, divididos en grupos que formara la edad, la simpatía ó tal vez la posición, porque en medio de tanta fraternidad, el principio ecualitario no tenía una aplicación perfecta, como es de suponer, ni se olvidaban los nombres y las fortunas. Más que la jerarquía social era puesta en olvido la militar, porque soldados rasos y oficiales se trataban de tú, bebían en un mismo vaso y cambiaban, partiéndola entre uno y otro, una misma peseta.
— Allí viene el gran D. Patricio —dijo en el principal grupo un mozo bien parecido, con insignias de sargento de granaderos. —¿A. que no saben ustedes qué es lo que le trae tan alterado y furioso?
— Que casi todos los chicos de la escuela se le van marchando. Eso ya lo presumíamos.
—Si no enseña más que tonterías... Se ha empeñado en que la Historia romana ha de ser antes que la escritura. Si quieren ustedes pasar un buen rato, lléguense un día á la escuela. Ni en el teatro se ríe uno más.
— Era el mejor maestro de Madrid antes de