descamisados—dij<) el Marquesita,—reciben también dinero de Palacio?
— Ya eso es más difícil de probar.
— Mejía está vendido á los realistas. Por cada insulto le dan un duro.
— Sí, podrá ser... no digo que no. El oro de la reacción corre que es un gusto. í Volvióse á oir otra vez la voz alta y sonora de D. Patricio. Se acercaba de grupo en grupo.
— ¿Qué me dirán ustedes á mí—objetó Don Primitivo,—que yo no sepa? Aquí en mi cartera tengo unas noticias que espantarían á ustedes si se las revelase. Pero á su tiempo maduran las uvas, y todo se sabrá.
— ¿A qué tantos misterios? La Guardia Real se subleva.
— ¿Por orden del Rey?
— Por orden de los agentes de Bayona, que son los que dan el dinero.
— Catorce agentes han llegado á Madrid en lo que va de mes—afirmó Cordero en alta voz;
— ¿habrá quien me pruebe lo contrario?
— Y yo digo que cuatrocientos,—gritó Don Patricio acercándose á los tres jóvenes.
— Siéntese aquí el gran patriota,—dijo el Marquesito ofreciendo una banqueta al simpático preceptor.
— Vaya un cigarro,—insinuó Cordero ofreciéndoselo.
— No estará de más una copita, ¿eh?—le dijo el sargento.
D. Patricio á nada resistía.
— |A la salud del gran Riego y de los redac-