descamisados, los republicanos, les digamos dónde está el lobo.
— ¿En casa de Naranjo?
— Hombre abominable—dijo el Marquesito con sorna,—hombre feroz que enseña por Torio.
—¿Y Gil de la Cuadra recibió la carta?— preguntó Cordero mojando el lápiz en la punta de la lengua.
— Y después que la recibió, salió... Yo acochaba, señores, porque me ocupo de estas cosas, aunque Tintín no me pide su parecer... Pues bien: Gil de la Cuadra salió, y con todo* los guardias que encontraba al paso, hablaba, ¿eh? Después fué á la Cuesta de la Vega y entró en el cuartelillo de Palacio.
— Donde está el primer batallón.
— Pues no hallo en eso nada- de particular,
—dijo el sargento.
— No... ustedes en nada hallan nada de particular. Cuando reviente la mina veremos si hay algo de particular. Si esto fuera pintar la mona les sorprendería á ustedes; pero esto es f indagar, inquirir, vigilar á la canalla...
Cordero apuntó otra vez.
— ¿Y ese Naranjo...?
— Es el íntimo de D. Víctor Sáez, que va á su casa todas las noches.
— ¿Le ha visto usted? I
— Como que no ceso de acechar la casa,
— ¿Y el guardia? '
— ¿Gordón? Va también todos los días dos
veces. El ha de ser quien alcahuetea con sus compañeros. Gil de la Cuadra ha de ser el di-