— gruñó Sarmiento levantándose.—Cuidado, cuidadito, señores templados, no se nos suba San Telmo á la gavia, y entonces... Puede que nos causemos de aguantar, ea... puede que algún día se diga: t Vaya, pues ya parió la Pepa, » y entonces se sabrá lo que somos. Con que, abur, señores formalitos. Memorias al amigo Tintín, Sr. Cordero, y expresiones á Trabuquito... Yo me voy, que entro de guardia.
— Pues ya se sabe: mañana no hay escuela.
— Me parece natural. ¿Es uno de palo? Desgraciados chicos si no se les da algún descanso.
Un nuevo personaje se presentó en el grupo. Vestía también de miliciano, y era pequeüo y avejentado, aunque muy vivaracho y flexible. Distinguíase principalmente por el color encendido de su alegre rostro, por su pequeña nariz picuda y sus gafas de oro. Aspecto menos marcial jamás se ha visto; pero tampoco fisonomía más bonachona que la de D. Benigno Cordero, honrado comerciante de la subida á Santa Cruz y tío felicísimo de nuestro Don Primitivo.
—¿Qué hay, tío?—le preguntó éste.
— Pasado mañana viene 8. M.—repuso Don Benigno frotándose las manos.—¿A cuántos estamos?
—A 26.
— Pues dentro de cuatro días, el lunes, tendremos gran formación, señores. Con que prepararse.
— ¡Gran formación!
— Sí. El día 30 es la ceremonia de cerrar la