Página:A la distancia - Miguel Cane.pdf/19

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no debíamos abusar. Tenía razon y cedí, pero todavia siento no haber puesto en peligro los dias del taumaturgo.... Preguntó Encina quien era la aparicion y obtuvo, por el alfabeto de golpes, el nombre de Jeke, una meretriz japonesa, muerta ahora quinientos años, que Brédiff decia ser su espíritu familiar. Le pedimos la mano y nos la dió. Era pequeña, suave, blandusca; quise apretar, pero se me deslizó. Nos pasó libros, cigarros, dió vuelta cuadros, hizo andar y detenerse una caja de música que estaba á nuestra espalda (verdad que la oscuridad se habia hecho mayor) y por fin nos dijó tres veces, con una voz casi imperceptible: adios, adios, adios....

Un suspiro prolongado de Brédiff nos previno que podíamos entrar; estaba en la misma postura, y cuando lo desatamos, tenia el cuerpo marcado por las ligaduras. Tomó su taza de té, recibió su estipendio y partió, quedando mirándonos con Encina cara á cara, mientras el aleman se asombraba de nuestra falta de fé.

Credo quia absurdum. No, precisamente por que era absurdo no lo creí. Encina se desesperaba de la fatalidad que lo obligaba á valerse de un tercero, de un hombre venal, para obtener las pruebas que habria deseado alcanzar solo. Pasaba noches enteras con un lápiz