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Acta Apostolicae Sedis - Cmentarium Officiale

Venerables Hermanos, quien haya repasado por un poco tiempo su abundante obra no puede ciertamente ignorar cuán agudamente el obispo de Hipona se esforzó por progresar en el conocimiento del mismo Dios. ¡Oh, qué bien supo elevarse de la variedad y armonía de las cosas creadas a su Creador, y con qué eficacia trabajó tanto con sus escritos como con su palabra para que, mediante este trabajo, también el pueblo confiado a su cuidado se elevase también hacia Dios, «la belleza de la tierra - dijo - es casi una voz de la tierra silenciosa! Considerando cuidadosamente su belleza, viendo cuán fecunda es, cuán rica en fuerza, cómo hace germinar las semillas, cómo a menudo produce incluso donde no fue sembrada, uno se siente espontáneamente conducido casi a interrogarla, ya que la misma búsqueda es una interrogación. De las cosas estupendas reveladas por una investigación cuidadosa, viendo tanta potencia, tanta belleza, tanta excelencia de virtud, tu mente se ve llevada a pensar cómo ella, no pudiendo existir por sí misma, debe haber recibido el ser no de sí misma sino del Creador. Y lo que encontraste en ella es el grito de su confesión para que tú alabes al Creador. Y consideradas todas las bellezas de este mundo, ¿acaso no escuchas esa belleza responder como a una voz? ¿No son obra mía sino de Dios?»[1]. Y con tal magnificencia de elocuencia, cuántas veces exaltó la perfección infinita, la belleza, la bondad, la eternidad, la inmutabilidad y el poder de su Creador, sin dejar de considerar cómo Dios puede ser mejor pensado que expresado, cómo es mejor en el ser que en pensamiento[2], y cómo el nombre que le conviene es el mismo que Dios reveló a Moisés cuando lo interrogó para saber quién lo enviaba es más adecuado para el Creador[3]. Sin embargo, no se contentó con investigar la naturaleza divina con las únicas fuerzas de la razón humana, sino que, siguiendo la luz de las Sagradas Escrituras y el Espíritu de Sabiduría, como tantos Padres predecesores suyos, aplicó todo el vigor de su poderoso genio para asomarse a lo más profundo de todos los misterios para defenderlos de los impíos asaltos de los herejes, con una constancia que diríamos sin límites y un ardor maravilloso de espíritu: nos referimos a la adorable Trinidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo en la unidad de la naturaleza divina.

  1. San Agustín, Enarrationes in Psalmos 144, n. 13.
  2. San Agustín, De Trinitate, lib. VII, c. 4, n. 7..
  3. San Agustín, Enarrationes in Psalmos 101, n. 10.