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Página:Ad salutem humani.pdf/2

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Acta Apostolicae Senis - Commentarium Officiale

Pues bien, esta cuidadosa elección de la Divina Providencia, más que en otras, se destaca claramente en Agustín de Tagaste. Después de haber aparecido a sus compañeros casi como una lámpara en el candelero, exterminador de toda herejía y guía de la salud eterna, no solo continuó a lo largo de los siglos enseñando y consolando a los fieles, sino que también hoy aporta una gran contribución para encender el resplandor de la fuerza de la verdad de la fe y el ardor de la caridad divina. En efecto, es sabido por todos, que no pocos, aunque separados de Nosotros y que, incluso, parecen totalmente ajenos a la fe, se sienten atraídos por los escritos de Agustín, llenos de tanta sublimidad y dulce deleite. Por eso, como este año se cumple el feliz aniversario del XV centenario de la bienaventurada muerte del gran obispo y doctor, los fieles de casi todo el mundo, deseosos de celebrar su memoria, preparan solemnes manifestaciones de devota admiración. Y Nosotros, tanto por motivos de nuestro ministerio apostólico como movidos por un profundo sentimiento de alegría, queriendo participar en esta celebración universal, os exhortamos, venerados hermanos, y exhortamos con vosotros a vuestro clero y al pueblo a vosotros confiado, para unirse con Nosotros para dar gracias de todo corazón al Padre celestial por haber enriquecido a su Iglesia con tan grandes y numerosos beneficios a través de Agustín, quien supo sacar tanta riqueza de la abundante fuente de los dones divinos para sí mismo y difundirlos entre el pueblo católico. Es cierto, sin embargo, que en lugar de jactarse de un hombre que, agregado casi por prodigio al cuerpo místico de Jesucristo, quizás nunca, según el juicio de la historia, en ningún momento ni en ningún pueblo lo superó en grandeza y sublimidad, convendrá más bien, penetrar en su doctrina y alimentarse de ella e imitar los ejemplos de su vida santa.

Las alabanzas de Agustín nunca dejaron de resonar en la Iglesia de Dios, especialmente a través de los Romanos Pontífices. De hecho Inocencio I saludó al santo obispo todavía vivo, su más querido amigo[1], y alabó las cartas recibidas de él y de cuatro obispos, sus amigos[a] como «cartas llenas de fe y fuertes con todo el vigor de la religión católica»[2].

  1. Innocentius Aurelio, Alypio, Augustino, Evodio et Possidio episcopis: epist. 184 inter augustinianas.
  2. Innocentius Aurelio, Alypio, Augustino, Evodio et Possidio episcopis: epist. 183, n. 1 inter augustinianas.