Possidio[a], el primero que escribió sobre la vida de Agustín, ya entonces afirmaba que mucho más que los lectores de sus obras, «quienes pudieron oírle hablar y verle presente en la Iglesia y que en particular no desconocían su comportamiento entre los hombres, pudieron sacar provecho de él. Porque no sólo fue un escriba, erudito en el reino de los cielos, que saca cosas nuevas y viejas de su tesoro; o un comerciante que, habiendo encontrado la perla preciosa, la compró vendiendo todas sus pertenencias; sino también uno de aquellos de quienes está escrito: Así habla y así hace; y de quien dice el Salvador: Cualquiera que haga esto y así enseñe a los hombres, será llamado grande en el reino de los cielos»[1]. Por tanto, partiendo de la primera de todas las virtudes, la caridad de Dios, nuestro Agustín, renunciando a todo lo demás, de tal modo lo deseaba y buscaba, que con igual constancia lo incrementó en sí mismo, y que con razón se representa con un corazón ardiente en la mano. ¿Y quién ha leído las "Confesiones" aunque sea una vez, podrá olvidará jamás aquella conversación que mantuvo el hijo con su madre en la ventana de la casa de Ostia? ¿No es la descripción de esa escena tan vívida y tan tierna que parece que vemos a Agustín y a Mónica fijos en la contemplación de las cosas celestiales? «Pues dulcemente conversábamos a solas – así escribe- y olvidando el pasado, mirando hacia adelante, buscábamos entre nosotros la presencia de la Verdad, que eres tú, lo que debe ser la vida eterna de los santos, que ojo nunca vio, ni oído oyó, ni la mente del hombre comprendió. Pero aplicábamos la boca del corazón a las celestiales aguas de tu fuente, una fuente que está junto a ti, para que, rociados por ella, según nuestra capacidad pudiéramos de alguna manera captar con el pensamiento algo tan grande… Y, mientras hablábamos y lo anhelábamos, alcanzábamos a tocar lo moderadamente con todo el ímpetu del corazón, y suspiramos y, como prisioneros, dejamos ahí las primicias del espíritu y regresamos al sonido de nuestra voz donde la palabra comienza y termina. Pero, ¿qué se parece a tu Palabra, nuestro Señor, que subsiste en sí misma y nunca envejece y renueva todo?»[2].
- ↑ Possidius, Vita Sancti Augustini, c. 31.
- ↑ San Agustín, Confesiones, lib. IX, c. 10, nn. 23-24.
- ↑ San Possidio de Calame (murió hacia 437), fue miembro de la comunidad monástica de San Agustín, en Hipona, Hacia el año 397 era obispo de Calame en Numidia (actual Guelma en Argelia. Cfr. Bacchus, F.J. (1911). St. Possidius. In The Catholic Encyclopedia. New York: Robert Appleton Company. Retrieved May 26, 2021 from New Advent