Y concluía así: «Quien huye entonces, aunque falte a la grey el alimento del que vive espiritualmente, es un mercenario que ve venir al lobo y huye porque no le importan las ovejas»[1]. Advertencias, que por lo demás, confirmó con el ejemplo; pues Pastor magnánimo, en la ciudad sede de su encargo asediada por los bárbaros, permaneció con su pueblo y entregó su alma a Dios Y ahora, para añadir lo que todavía parece exigir una alabanza más completa a Agustín, diremos, como atestigua la historia, que el Santo Doctor de la Iglesia, que en Milán había visto «fuera de las murallas de la ciudad, sostenido y alimentado por Ambrosio un albergue de santos»[2], y poco después de la muerte de su madre, «había conocido en Roma varios monasterios ... no sólo de hombres, sino también de mujeres»[3], tan pronto como arribó a las costas de África, concibió el pensamiento de comenzar a promover almas a la perfección y la santidad de la vida en el estado religioso, y erigió un monasterio en una de sus fincas, donde «después de haberse quitado todas las preocupaciones del siglo, residió allí casi tres años, viendo, junto a los que se le unieron, para Dios con ayunos, oraciones y buenas obras, meditando día y noche en la ley de Dios»[4]. Luego ascendido al sacerdocio, inmediatamente fundó otro monasterio en Hipona cerca de la iglesia «y comenzó a convivir con los siervos de Dios según la manera y la regla establecida bajo los santos Apóstoles: sobre todo nadie debía poseer nada propio en esa comunidad, sino que todo era común y se repartía a cada uno según sus necesidades»[5]. Elevado a la dignidad de obispo, no queriendo quedar privado de los beneficios de la vida en común y por otro lado queriendo dejar el monasterio abierto a todos los visitantes e invitados del obispo de Hipona, estableció un monasterio de clérigos en la misma casa episcopal, con esta regla, que habiendo renunciado a los bienes familiares, vivían en comunidades -alejadas de las seducciones del mundo y de todos sus lujos pero con un nivel de vida no demasiado austero ni severo- cumpliendo al mismo tiempo las deberes de caridad para con Dios y el prójimo.
- ↑ San Agustín, Epistolae 228, n. 8.
- ↑ San Agustín, Epistolae 228, n. 14.
- ↑ San Agustín, De Moribus Ecclesiae Catholicae et de Moribus Manichaeorum, lib. I, c. 33, n. 70.
- ↑ Possidius, Vita Sancti Augustini, c. 3.
- ↑ Possidius, Vita Sancti Augustini, c. 5.