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Acta Apostolicae Sedis - Commentarium Officiale

cuál era la meta última y suprema que se les ofrecía, y cuál era el único camino a seguir para alcanzar la verdadera felicidad. Y, ¿quién, nos preguntamos, por ligero y frívolo que sea, pudo oír sin conmoverse ante un hombre, que durante tanto tiempo se dedicó a la voluptuosidad y fue rico en tantos dones como para procurarse las comodidades de esta vida, y que ahora confiesa a Dios, «Nos hiciste para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti?» [1]. Palabras que, si bien nos dan la síntesis de toda filosofía, nos describen vivamente tanto la caridad divina hacia nosotros, y la dignidad singular del hombre, como la condición miserable de quienes viven lejos de su Autor. Ciertamente, sobre todo en nuestro tiempo, cuando se nos manifiestan cada día con mayor claridad las maravillosas propiedades de las cosas creadas, y el hombre con la virtud de su genio reconduce sus prodigiosas fuerzas para aplicarlas a sus propios beneficios, a sus propios intereses, lujos y placeres; hoy en día, digamos, mientras las obras y obras artísticas maestras que la inteligencia o la mecánica del hombre van produciendo, se multiplican cada día, y con increíble rapidez se exportan a todos los lugares de la tierra, lamentablemente sucede que nuestra alma, hundiéndose totalmente en criaturas , olvida al Creador, busca bienes fugaces descuidando los eternos y convierte en daño privado y público, y en su propia ruina, aquellos dones que ha recibido del Dios benigno para expandir el reino de Jesucristo y promover su propia salvación. Pues bien, para no dejarnos absorber por una civilización tan humana, toda atenta a las cosas sensibles y la voluptuosidad, conviene meditar profundamente en los principios de la sabiduría cristiana, tan bien propuestos y aclarados por el obispo de Hipona: «Dios, por tanto, sapientísimo Creador y justísimo ordenador de todas las naturalezas, Él, que constituyó al género humano como el máximo ornamento de todas las cosas terrenales, dio a los hombres algunos bienes adecuados para esta vida, eso es, la paz temporal según el camino de la vida mortal, en la salvación, en la seguridad, y la sociedad del mismo género humano, y las demás cosas que son necesarias para preservar o recuperar esta misma paz, como aquellas que son convenientemente accesibles a los sentidos,

  1. san Agustín, Confesiones, lib. I, c. 1, n. 1.