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XXXVI

O Michelet! cantor inimitable!
los hombres no son aves que se ayuden
con un instinto raro y admirable
cuando las tempestades los sacuden.
Si encuentran un hermano inconsolable,
de sus nidadas en tropel no acuden—
rápsodas de antiquísima leyenda—
llevándole los himnos de la ofrenda!

XXXVII

Eduardo se dobló bajo el intenso
pesar que lo agobiaba; mas su llanto
no quedó junto al párpado suspenso,
como en rojizo círculo de amianto;—
sinó que desbordó—torrente inmenso,—
creciendo su agudísimo quebranto,
hasta colmar en lo posible el ánsia
que marca del dolor la intemperancia.

XXXVIII

Ah! pretendia atravesar resuelto
un campo estéril de apariencia verde....
y quién en ese dédalo revuelto
del corazon que sufre, no se pierde?
Ni quién podrá decir que no lo ha envuelto
la sierpe en sus anillos, cuando muerde,
emponzoñando el pecho y la cabeza
con seduccion de insólita destreza?